jueves, 4 de septiembre de 2008

Dice una criolla, Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana, setiembre 4 de 2008, (SDP) Cumplió sus 20 primaveras en 1959, así que ha vivido esto desde el primer día. Aunque no militó oficialmente, se incorporó, no sin susto, a la Huelga del 9 de abril cuando un comando del 26 ordenó ese día que cerrasen la escuela primaria de San Miguel del Padrón, donde ayudaba a su mamá, una maestra de inglés devenida conserje por falta de plaza; cuando comenzó como oficinista de un consultorio médico particular, sabía que un armario grande, en la habitación contigua, estaba repleto de armas largas, porque los principales del Consultorio también pertenecían al Movimiento. Veía el entra y sale de jóvenes despeinados y nerviosos, pero ella punto en boca. Ellos tampoco le propusieron nada. Cuando entró en enero la caravana de la victoria, ella era una cubana más entre las muchas que se agolparon al mediodía en la orilla de la Calzada de Güines, vitoreando a los triunfales barbudos: uno de ellos, inclinándose sobre la baranda del camión militar le tendió un gladiolo, que ella conservó muchos años como recuerdo de aquel día memorable.

Se integró con entusiasmo a un taller de artesanía de yarey, organizado por Celia Sánchez en el Hotel Sevilla. Allí hizo buenas amistades con personas revolucionarias, entre ellas la viuda de un combatiente de la Sierra, pero no las aprovechó para su beneficio. Tampoco la exuberante hermosura, que no dejó de llamar la atención de un camarógrafo del Noticiero Icaic, quien filmó sus manos de cubana trabajando el yarey. Se incorporó a un curso de encuadernación de libros, que impartían en el Capitolio las hermanas Brull y el Sr. Enrique Otero, quienes eran los bibliotecarios del fenecido Senado de la República. Asistía fascinada a las tremendas discusiones que se formaban allí en el Hemiciclo sobre los fundamentos del socialismo en Cuba. Trasladada la escuela al segundo piso de la Manzana de Gómez, fue testigo del arribo al Parque Central de los primeros agricultores rusos, quienes se apeaban en manadas de los camiones, vestidos todos con holgadas camisas verdes de mangas largas, pantalones carmelitas y sandalias grises. “No nos dejaban, pero nos escabullíamos para mirarlos desde los balcones o por las persianas de las ventanas”.

Por aquellos tiempos vertiginosos, un conocido de la familia que estaba bien conectado, les propuso mudarse para una buena casa en la Víbora, por Mayía Rodríguez, recién abandonada por sus dueños burgueses, oferta rechazada por su señora madre, argumentando que su casa, era la humilde casa de la que era propietaria en el reparto Alturas de Luyanó, junto a su esposo y padre de sus cinco hijos, el carbonero, aún vivo y muy bien recordado en aquellos parajes por su hombría de bien.

De entonces, guarda la criolla una anécdota graciosa. Ubicado el taller de artesanía en una mansión de Miramar, para llegar a la cual era preciso cruzar frente a la puerta de la Embajada de Argentina. Uno de los jóvenes militares que cuidaba la entrada se fijaba y la saludaba al pasar. Un día, conversando con él, le dijo, jugando, me voy a asilar y entró caminando al jardín, y el guardia le contestó: “mi arma no se levanta ante una mujer”. Cuando le hizo el cuento, su mamá se echó a llorar del susto.

En 1970, la encontramos dándole pedal a una maquina de coser eléctrica en un taller de costura de la Industria Ligera en Guanabacoa, donde se destacó como Operaria de Calidad, lo que despertó los celos de otra trabajadora, quien intrigó con éxito para que el Sindicato suprimiese ese índice de la Emulación. Desempeñándose allí tuvo ocasión de participar en la Concentración celebrada en la Plaza de la Revolución en 1975, como clausura del primer congreso del PCC Conserva como recuerdo un gorrito de tela de algodón con una florecita roja también de tela.

En 1979, se trasladó por cercanía a una escuela para niños con problemas sociales, en San Miguel del Padrón, donde trabajó como oficinista hasta obtener su jubilación en 1995. Este trabajo de tipo administrativo nunca le gustó como el del Taller, si bien le dio ocasión de conocer directamente buen número de situaciones sórdidas y tristes.

He trazado ese mapa biográfico para que puedan comprenderse mejor algunos de los criterios que esta criolla sostiene y proclama desde la cocina de su pequeño apartamento en Marianao. Pasemos a los

Decires de la Criolla:


- Si en vez de nacionalizar, hubiese ido comprándoles las Trust y las Companys a los americanos, ya fuesen nuestras y nos hubiésemos ahorrado 50 años de guerra y de bloqueo. Es verdad que explotaban a los cubanos en su propia tierra, pero esa solución más lenta hubiese resultado a la larga mejor.

- Si cuando Carter, hubiese aprovechado y traído a las tropas de Angola, donde en resumen no se sacó nada en claro para el País, aunque se ayudó a los africanos, se hubiesen restablecido las relaciones normales y geográficamente naturales y eso no hubiese significado humillación para nosotros. Seguimos creídos en que el futuro pertenecía por entero al Socialismo y a la hermana Unión Soviética y nos embarcamos. Ahí le falló la luz larga.

- Cuando les quitó las bodegas y los timbiriches a los comerciantes cubanos honrados eso fue una exageración, que ha terminado por crear una verdadera élite de administradores y empleados kairoas que son tan rápidos para aplaudir como para meter las dos manos y lo mismo le roban a él que le roban a uno. Mi padre decía que al cliente se le respetaba y les daba calidad, para que le comprasen hoy y mañana. Los de ahora, en vez de comerciantes, son ladrones. Eso lo sabemos todos los cubanos.

- El pueblo confiaba en que él le iba a perdonar la vida del General Ochoa. Cuando lo fusiló nos hizo sufrir a muchos cubanos. El General era hijo legítimo de Shangó y no estaba cumplido. Después de eso, vino el desbarajuste de la Unión Soviética y el periodo especial y el diablo colorado.

Hasta ahí, por el momento los criterios de esta sencilla ama de casa cubana.
primaveradigital@gmail.com

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